A lo largo de la historia los seres humanos han luchado unos contra otros. La razón de la lucha es el temor, la inseguridad o la ambición. Las personas luchan con el fin de imponerse y someter al otro, de esta forma se protegen contra el temor a ser sometidas, explotadas y maltratadas. En la antigüedad las luchas eran violentas y el objetivo exterminar al enemigo. Esto explica por qué el general romano, Escipión, destruyó a Cartago, ciudad situada en Túnez, norte de África y la redujo a polvo. Los cartaginenses eran poderosos y significaban un peligro para Roma, hasta el punto que Aníbal derrotó al ejército romano cerca de Roma y llegó hasta las puertas de la ciudad, pero cometió ciertos errores estratégicos, (hasta las personas más brillantes comenten errores) que permitieron a Roma reorganizar su ejército y Aníbal fue derrotado. El general Escipión se dirigió a Cartago. No se trataba de conquistar la ciudad, sino de destruirla, de arrasarla, de borrarla de la faz de la Tierra para siempre. Sus piedras, sus ciudadanos, e incluso su recuerdo debían desaparecer. Roma odiaba a Cartago con la misma intensidad que Cartago odiaba a Roma, como jamás en toda la Historia dos naciones se han odiado. No había rivalidad o enemistad, había un odio irracional cuyos ecos aún nos llegan después de más de 2000 años. Cartago fue arrasada con una minuciosidad tal, que los arqueólogos sólo han conseguido encontrar pequeños restos de lo que antaño fuera la mayor y más rica ciudad del Mediterráneo. Los magníficos edificios fueron primero incendiados, luego demolidos y para finalizar la tarea, sus cimientos fueron arrancados. El páramo en el que los romanos convirtieron a Cartago fue sembrado con sal para que nada volviera a crecer allí y cualquier resto de la esplendorosa cultura cartaginesa fue perseguido y exterminado. Borrado del libro de la Historia, para siempre. ¿Por qué este odio? No hay que ir tan lejos. La ideología de Hitler causó la Segunda Guerra Mundial, que costó la vida a casi 60 millones de personas y El Holocausto, practicado de forma sistemática, es un hecho de triste recordación, que debe alertar a la humanidad sobre, hasta dónde puede llegar el ser humano, y, hasta dónde pueden llegar naciones enteras, cuando se dejan manejar por el discurso de fanáticos dementes. Hace apenas unos años, 1994, se produjo la masacre conocida como "El Genocidio de Ruanda" en el que fueron exterminados a machete más de quinientos mil hutus. Fueron exterminados por sus compatriotas tutsis, hermanos de raza, de lengua y de religión. ¿Por qué? El 10% son tutsis, y, siendo minoría absoluta conservaron el poder durante muchos años, tuvieron muchos privilegios y sometieron, humillaron y explotaron a los hutus durante muchas décadas, lo cual generó en los hutus odio y resentimiento, pero desde el 1961 al 1964 el poder fue asumido por los hutus. En 1994 las milicias hutus, llamadas Interahamwe (que significa "golpeemos juntos"), eran entrenadas y equipadas por el ejército ruandés y eran arengadas e incitadas a la confrontación con los tutsis por parte de la Radio Televisión Libre, dirigida por las facciones hutus más extremas. Estos mensajes profundizaron las diferencias y odios que separaban a ambos grupos étnicos, y, a medida que avanzaba el conflicto, los llamamientos a la confrontación y a la "caza de tutsis" se hicieron más explícitos, especialmente a partir del mes de abril en el que se hizo circular la historia de que la minoría tutsis planeaba un genocidio contra los hutus. Lo que sigue ya lo sabemos. Más de quinientos mil tutsis fueron masacrados con machetes, azadas, hachas, martillos... Parece que estuviéramos hablando de una novela de ficción, pero no, se trata de hechos históricos vergonzosos, no sólo para los tutsis, sino para todas las naciones, porque todas las naciones estaban conscientes de lo que se cocinaba en Ruanda, pero a nadie le importó. Lo mismo ocurre hoy; todas las naciones saben lo que ocurre en Cuba, Corea del Norte, Venezuela, etc. pero la hipocresía, la insensibilidad y la indiferencia son absolutas. Las relaciones diplomáticas están basadas en intereses comerciales, no en la defensa de los derechos humanos y de la paz, por eso, el mundo está patas arriba. Los fanatismos, los racismos y la xenofobia, están enraizados en la mente de las personas y es ahí donde debemos combatirlos, pero también están estimulados por el discurso de personas llenas de temor, inseguridad, frustración, odio y resentimiento, por lo cual, es necesario formar grupos de fuerza que influyan en mejorar las condiciones de vida (educación, justicia, trabajo, bienestar, etc.) de modo que los mensajes del mal no encuentren suelo abonado en el cual germinar. Necesitamos estar alerta para que no surjan los fanatismos y extremismos, porque una vez que echan raíces tienden a crecer con rapidez. Los fanatismos sean de derecha o de izquierda son peligrosos, porque ellos son los catalizadores de lo más negativo de la sociedad. Necesitamos construir una fuerza de centro que tenga el poder de equilibrar las cosas. Hasta hace unas décadas, cada cultura, cada familia y cada persona, vivían en un espacio "propio", pero, la globalización ha eliminado todo tipo de barreras y ahora todos estamos condenados a convivir y a entendernos. Cada persona es como es porque así ha sido programada. Sus ideas, sus costumbres y sus comportamientos obedecen a estas programaciones y, es poco lo que la gente puede hacer para cambiar. Los fanatismos surgen en la edad joven o adulta, pero las bases son puestas en la infancia y en ello juegan un papen importante los padres. Si los padres educan en principio y valores, los hijos no caerán en fanatismos. Una educación deficiente es caldo propicio para toda clase de fanatismos. Las ideologías y fanatismos obedecen a ideas y sentimientos, los cuales no pueden ser controlados por la fuerza. Todas las fuerzas del mundo no son suficientes para controlar la mente de una persona. Es necesario que cada persona aprenda a controlarse a sí misma. La naturaleza del ser humano es la misma en todo el mundo. Sus necesidades fundamentales, sus intereses y sus aspiraciones son los mismos (desarrollarse, ser libre, triunfar, ser feliz...) por lo cual, aunque las diferencias entre las distintas culturas y entre las personas aparentan ser muchas, en realidad, son mínimas; sólo es cuestión de enfoque. Lo que ocurre es que nos fijamos mucho en lo que nos diferencia, (lo cual suele ser de escasa importancia) , y nos fijamos poco en nuestras semejanzas naturales que son muchas. Toda forma de fanatismo, racismo o xenofobia, indican inmadurez, temor, inseguridad y prejuicios. La ignorancia, la pobreza, la injusticia y la frustración son el caldo propicio para las dictaduras, fanatismos, racismos, xenofobias, etc. de modo que, los antídotos son: una educación de calidad, autoestima, criterios, valores, compromiso social.